El libro doce

Mañana, día 30 de noviembre, se presenta en el Instituto Cervantes de Madrid El libro doce, de Carmen Jodra Davó. Por culpa de la Parca, que se empeñó en llevársela demasiado pronto, estos poemas quedaron inéditos antes de su fallecimiento. A las siete de la tarde estaremos allí Rosana Acquaroni, Elena Medel, Diego Román Martínez y yo mismo recordando toda la belleza que nos regaló.

Carmen escribió este poemario a partir de sus traducciones de la Antología Palatina, en la que se recoge buena parte de la lírica griega. En concreto se fijó en los poemas del libro 12, que abordan la belleza de los muchachos. Pero por sus páginas, dilatadas en el tiempo sin prejuicio, no sólo desfilan Cupido y Ganímedes, sino también Sebastián y «El Salai», amante de Leonardo hasta su muerte; Don Beltrán -tan querido por el rey Enrique de Trastámara, con quién vivió una suerte de Brokeback Mountain en los encinares de El Pardo- O Mika, el cantante pop de voz atiplada. Carmen tenía la facilidad de apresar con palabras destellos de belleza inmaterial y matérica -porque este es un libro sobre el goce de la mirada, sobre el placer inofensivo del voyeur-. Un ejemplo delicioso es cuando se fija en los jóvenes que se descalzan en la biblioteca para sentir en la planta de sus pies el suelo frío -secreto placer del verano-. A veces compartía con sus amigos una observación y semanas más tarde la convertía en un poema, como el que dedicó a aquel chico de la Boquería que ordenaba los pescados y que a nuestros ojos parecía el mismísimo Antinoo.

Aunque nunca fue concebido de este modo, El libro doce también se lee como la tercera parte de una trilogía. Hace más de 20 años, Carmen se dio a conocer en la escena poética con la publicación de Las moras agraces (Premio Hiperión, 1999), que fue todo un acontecimiento en el umbral del siglo XXI. Entonces consiguió algo que parecía imposible: hacer que las estrofas clásicas sonaran como nuevas. Continuó más adelante con un libro directo y hondo, Rincones sucio (Premio Joaquín Benito Lucas, 2004), que era ya expresión de una voz madura y ajena a las modas, radical y libre. Por desgracia no pudo ver publicado el libro que le había entregado a La Bella Varsovia, El libro doce, donde están muchos de los poemas que escribió durante los últimos diez años, y que son un prodigio de inteligencia y refinamiento.

Carmen nunca exigió demasiado protagonismo. Decidió apartarse, por su propia voluntad, de la atención de críticos y poetastros. Escribió con aguda sensibilidad y se dedicó a lo que a ella le hacía más feliz: trabajar en una biblioteca y animar a otros a leer. La seguimos echando mucho de menos.

SEBASTIÁN (HABLA EL ÁRBOL)

Cuatrocientos otoños me agrietaron, e inviernos
cuatrocientos dejaron su nieve en el ramaje.
Por eso la corteza es tan áspera. Dentro,
detrás de la corteza, mi alma fluye.

Mi alma mínima anciana, difícil conmoverla.
Pero qué fina piel, qué dócil al tormento,
qué fácil de arañar en las escamas duras.
Cómo hubiera querido por amor desnudarme.

Exhausto, derramándose en diecisiete heridas,
descansó todo el peso de su carne en mis brazos.
Soy un árbol muy viejo y él un hombre muy joven,
y una vez lo sostuve en su derrota.

Carmen Jodra, El libro doce

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