Lo que más me gusta de preparar nuestas ya clásicas veladas con Vanesa Pérez-Sauquillo son los enormes descubrimientos que compartimos. El viernes 13 de noviembre, con motivo de La noche de los libros, recorremos, en una visita virtual, la exposición de Lee Friedlander en la Sala Recoletos de la Fundación Mapfre. En esta ocasión viajamos del paisaje social a la literatura norteamericana. Quién lo desee podrá seguirnos a las 18:00 h a través de su cuenta de Instagram: @mapfrefcultura
Esta vez me quedaría con los versos que hemos incluido de Frank O’Hara, poeta de la llamada Escuela de Nueva York que al igual que Lee Friedlander visitó España en 1960. Tanto las palabras del primero como las imágenes del segundo parecen hablarnos de una Europa que, debido tal vez a su larga tradición cultural, les resultaba mucho más impenetrable que los EE.UU, salpicados en aquellos años por un entrañable imaginario publicitario. Sin duda por esto el objetivo del fotógrafo se fija en el toro de Osborne, nuestro primer icono pop.
Tomarse una cocacola contigo lo escribió el poeta norteamericano para su novio, el bailarían Vincent Warren, de quién había estado separado algunas semanas debido a un viaje a España. Aquí vino Frank O’Hara a concluir la investigación para la muestra que meses más tarde se inauguraría en el MoMA, bajo el título de New Spanish Painting and Sculpture, y de la que él mismo fue el comisario. Me encanta la manera coloquial que tiene el poeta de dirigirse a Vincent, como si estuviera llamándolo por teléfono desde una de las muchas cabinas que Lee Friedlander fotografiaría esos mismos años en las calles de Nueva York.
TOMAR UNA COCACOLA CONTIGO
Tomar una cocacola contigo
es incluso más divertido que ir San Sebastián, Irún, Hendaya, Biarritz, Bayona,
o tener nauseas en la Travessera de Gracia en Barcelona.
En parte porque con tu camiseta naranja te pareces aun mejor y más feliz San Sebastián.
En parte por mi amor por ti, en parte por tu amor por el yogur,
en parte por los fluorescentes tulipanes naranjas que rodean los abedules,
en parte por la complicidad de nuestras sonrisas ante la gente y las esculturas.
Es difícil de creer cuando estoy contigo que puede haber algo tan inmóvil
tan solemne tan desagradablemente definitivo como unas esculturas cuando justo delante de ellas,
en la cálida luz de Nueva York de las 4 en punto nos dejamos llevar de un lado a otro
entre tú y yo como un árbol que respira a través de sus gafas.
Y en la exposición de retratos parece no haber ni un solo rostro, solo pintura.
De pronto te preguntas por qué diablos alguien los haría.
Te miro a ti y preferiría mirarte a ti que a todos los retratos del mundo
salvo posiblemente el Jinete polaco de vez en cuando y de todas formas está en el Frick
que gracias al cielo aún no has visitado así que podremos ir juntos por primera vez
y el hecho de que te muevas con tanta belleza más o menos despacha el Futurismo
igual que en casa nunca pienso en el Desnudo descendiendo una escalera o
durante un ensayo en un solo dibujo de Leonardo o Miguel Ángel que
antes me fascinaba
y para qué todas las investigaciones de los impresionistas
si nunca tuvieron a la persona adeucada para estar junto a un árbol en la puesta de sol
o igualmente Marino Marini cuando no escogió al jinete con tanto esmero
como al caballo
parece que todos los que robaron cierta experiencia maravillosa
que yo no voy a desperdiciar y por esto te estoy hablando de ello.
(Traducción de Vanesa Pérez-Sauquillo)