Teffi, la escritora rusa del humor sofisticado

La plataforma cultural Cuna Literaria, dedicado especialmente a divulgar la obra de los autores en lengua rusa, me ha invitado a “poner voz” a las Memorias (1918-1919) de la narradora humorística Teffi,  un libro que el año pasado publicó por primera vez en español la editorial Casus Belli. La cita será el sábado 22 de septiembre a las 20 h en Bastardo Hostel, un espacio en Malasaña que a partir del próximo curso se convertirá en un referente imprescindible de la vida cultural madrileña. Además de Teffi, el programa incluye a dos de las más grandes poetas de todos los tiempos, Ana Ajmátova y Marina Tsvietáieva, que serán presentadas y leídas respectivamente por los también escritores Alejandro Simón Partal y Andrea Abreu López. Todo ello acompañado y celebrado después por la música de Silvia Bianchi a partir de las 22 h.

El resto de información sobre esta preciosa iniciativa impulsada por Macarena Berjano la podéis encontrar en la web de Cuna literaria, pero antes de pinchar en el enlace me gustaría hacer una breve semblanza de Teffi, autora a la que yo he descubierto gracias a esta invitación. No sabemos exactamente por qué Madezhda Aleksandrovna Lokhhvitskaya, nacida en San Petersburgo en 1872, decidió firmar con un seudónimo que podría hacer alusión tanto a un amigo suyo llamado Steffi como a uno los personajes de Kipling, pero en cualquier caso, como nos recuerda el prólogo que acompaña sus Memorias (1918-1919), lo importante es que sonaba inglés, sonaba a esa Europa burguesa a la que cierta parte de Rusia quería parecerse. Durante los años diez, dada la popularidad de la escritora, su nombre artístico no sólo apareció bajo diferentes cuentos de humor, obras de teatro y poemas, también en paquetes de caramelos y botes de colonia, prueba de que la misma palabra Teffi se convertiría en todo un símbolo del buen vivir de la Belle Époque rusa y en un precedente de lo que en otros ámbitos se conocerá como Autor-Marca.

Fragmento de Memorias (1918-1919). De Moscú al Mar Negro

-¿Pero qué puedo hacer yo? – (Dice Teffi).
– ¿Cómo que qué puede hacer? Usted puede dirigirse a algún sitio y hacer gestiones. Vaya al «Cáucaso» (nombre de uno de los barcos que saldrían de Odesa rumbo a Constantinopla con muchos de los rusos que huían de la guerra), cuente en qué situación nos encontramos. A usted la conocen todos.
– Para empezar yo mimas no tengo ningún permiso. J. prometió llevarme con él en el «Shilka». De no haber sido por él, tendría que quedarme en Odesa.
– ¡No la puedo creer! Usted, a quien toda Rusia… Blickgen y Robinson hicieron un caramelo con su nombre. El caramelo «Teffi». Yo mismo lo he comido. Y que usted…
– Muy bien, usted se ha comido el caramelo, y sin embargo si no llega a ser por J. yo hubiera tenido que…
– En vista de eso, nos vamos con usted en el «Shilka» -decidió P.-. Debe colocarnos. Nosotros tampoco somos unos cualquiera. La Rusia de los últimos tiempos también nos debe algo. Escuche: me voy rápidamente a hacer gestiones. Si no consigo nada, usted nos coloca en el «Shilka». Es su deber de ciudadana. Usted responderá ante la historia. Estrecho su mano y confío en usted.

Sin embargo, pese a la distancia geográfica, cronológica y cultural, y pese a ser una celebridad nacida por y para su tiempo, la escritura de Teffi no ha perdido un ápice de sustancia y su frivolidad nos llega como ese chorro de agua fresca necesario cuando se toma la triste realidad demasiado en serio. Su humor me recuerda en gran medida al tono disparatado de nuestra “otra generación del 27”, la de aquellos jóvenes poco o nada comprometidos políticamente, que hicieron a reír a todos los públicos, más allá de su orientación ideológica, hasta que por desgracia los chistes dejaron de hacer gracia. Estoy pensando en Edgar Neville, Enrique Jardiel Poncela, Miguel Miura o el algo mayor que el resto Pedro Muñoz Seca, asesinado en Paracuellos del Jarama después de haber ridiculizado a la República Española en obras como La voz de su amo o El Gran Ciudadano.

Teffi, tal y como nos cuenta en sus Memorias (1918-1919),  consiguió escapar de la Guerra Civil entre rusos rojos y rusos blancos. En cuento vio que en un contexto semejante el humor ya no tenía cabida, cogió sus maletas y se marchó. Por lo visto tanto al zar Nicolás II como a Lenin, que como nos recuerda ahora una exposición en el Museo Reina Sofía estaba familiarizado con la vanguardia dadaísta del Cabaret Voltaire, les encantaba esa manera que tenía Teffi de observar situaciones absurdas en la vida cotidiana. Primero dejó Moscú, con la ilusión de volver pronto, y más tarde Kiev y Odesa, según el ejército contrarrevolucionario y el estado ucraniano –también entonces sostenido por las naciones de la Europa occidental– iban perdiendo posiciones. Más tarde publicaría y ordenaría las memorias de aquel viaje trepidante desde su exilio en París.

Durante años Teffi fue injustamente olvidada por la Unión Soviética, como les sucedió a otros muchos rusos que también huyeron de la guerra. Hace unos años el sello Nevsky Prospect, al que tanto echamos de menos, publicó algunos de sus cuentos satíricos. Cabe destacar que la excelente traducción de Memorias (1918-1919). De Moscú al Mar Negro que edita Casus Belli ha corrido a cargo de Galina Lukiánima y José María Cañadas. Juntos han conseguido que transmita la frescura y la autenticidad que se desprende de los libros escritos desde el tuétano de la emoción y la vida, una vida que se enfrentó a un destino nunca imaginado.  

Share