Hace unas semanas, la poeta y profesora de cultura española Patricia Esteban me invitó a hablar con sus alumnos de Duke University sobre el imaginario de la ciudad. Con ellos pude intercambiar algunas ideas acerca de Madrid, su iconografía y la forma en la que ha sido representado por la literatura y el cine. No dejé de mencionar algunos de los que para mí son clásicos ineludibles: El diablo cojuelo, obra de Luis Vélez de Guevara que muestra la ciudad desde las alturas, y La torre de los siete jorobados, la película de Edgar Neville inspirada en el libro de Emilio Carrere que hace exactamente lo contrario y nos la enseña desde las profundidades. Y también La de Bringas, por poner solo un ejemplo de la inmensa obra de Galdós, autor que explora tanto los bajos fondos como los barrios más acomodados de la capital y que en esta novela pinta los altos del Palacio de Oriente, villorrio colgado de la cornisa que con tanto esmero diseñaron los arquitectos Sacchetti y Juvarra.
A partir de Madrid, poblachón al que tanto tiempo he dedicado a través de mis reportajes colaboraciones y artículos, abordamos temas como la similitud, cada vez mayor, entre las grandes metrópolis del mundo. En su ensayo La ciudad genérica Rem Koolhaas se pregunta si son las ciudades contemporáneas como los aeropuertos contemporáneos, es decir, “todas iguales”, y aunque probablemente ésta no sea una cuestión urgente, la respuesta es que sí, es que cada vez las ciudades se parecen más en lo accesorio: mismas infraestructuras y mismos arquitecturas decorativas. ¿Es importante la identidad? ¿Echamos en falta vivir en ciudades con más carácter propio? ¿Nos hace más felices formar parte de urbes singulares? No lo sé, lo dudo. Antes deberíamos procurar que las ciudades sean más justas y ofrezcan mayores oportunidades a sus habitantes.
También a raíz de esta conversación con los alumnos de Duke University surgió otro tema que a veces he sugerido en mis libros, el de la ilegalidad del grafiti para que este tenga verdadera sentido estético. Lo hice en Inspiración instantánea, donde propuse una “restauración ilegal de grafitis” y lo he vuelto a hacer en Fisura, que de alguna manera es un libro sobre el paseo entendido como creación, a modo de los flaneurs de Walter Bemjamin o de los situacionistas, y por supuesto de los grafiteros y artistas urbanos.
Al final de la sesión Patricia Esteban nos propuso un juego muy ingenioso: hacer un collage colectivo con todas las “expresiones” de la naturaleza que durante los últimos días habíamos visto en Madrid. El resultado lo podéis ver más arriba. Es la imagen que abre esta entrada. Hubo alumnos que se fijaron en la vegetación y los parques –El Retiro tuvo un protagonismo enorme–, otros en la fauna libre y domesticada. Con un sentido poético algunos eligieron estampas del cielo y los más divertidos la comida, que al fin y al cabo evoca en última instancia el paisaje en el que se ha originado. Fue una experiencia fantástica. Espero repetir pronto.