Barriga, de Marcos Augusto

Hace aproximadamente un año, cuando comenzaban los días más duros del confinamiento, Marcos Augusto me envío los poemas que hoy componen Barriga, publicado pocas semanas después por la Editorial Cántico. Es un lugar común referirse a la envidia y a la admiración que un autor siente por otro cuando lee un manuscrito tan brillante, pero a esta lista de adjetivos celebratorios (o exculpatorios por no estar a la altura) quiero añadir el de orgullo, porque el propio Marcos, tocayo de emperadores y ungido con el don de la poesía, me pidió un prólogo. Y ahí está el prólogo, junto a sus poemas y la deliciosa portada de Guillermo Martín Bermejo.

El recorrido que trazan los poemas de Marcos Augusto va de la nostalgia a la fantasía, del amor al deseo, de la aventura a la utopía, pero siempre soslayando toda literalidad, porque Barriga narra un mito: el de ese hombre de algo más de treinta años que de pronto descubre que ya no es joven, o al menos no ese joven adolescente del que ahora, tal vez, crea que está enamorado.  Os dejo con uno de sus poemas.

Edad (I)

La ridiculez de publicar versos
con más de treinta años
por vez primera.
La imbecilidad de ser poeta
es como un pequeño filo de navaja, un cuchillito
que se clava bien bajo la uña.
Ser poeta es ser
un sobre vacío en el que descansa la nada.
Es una profundidad de diez centímetros
que escala la carne camino de la herida.
Es una escafandra sin uso detenida en el rincón.
Un montón de ropa sucia que dormita a la espera
de un drástico anuncio y un destino definitivo.
Una pauta nueva para un orden de vida nuevo.
Ser poeta es asumir que nada es tan urgente
-esa nada que es un golpecito de aire entre los dientes
y que despliega una forma de llamarse poeta-
cuando la palabra muestra su falta de suficiencia
y accedemos a la ridiculez de publicar versos
con más de treinta años
por vez primera.

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