El viernes 26 de abril, con motivo de La Noche de los libros, la escritora Vanesa Pérez-Sauquillo y yo haremos una lectura itinerante por las salas de la muestra El arte en revolución. De Chagall a Malevich, que estos días puede verse en la sede de la Fundación Mapfre en el Paseo de Recoletos número 23. Habrá varios turnos, a las 11:30, 13:00, 17:30 y 18:30 horas. Hemos elegido una serie de poemas, diálogos, pasajes de crónicas y novelas para ilustrar aquellos turbulentos, apasionantes y reveladores años en los que Rusia se transformó radicalmente. Con Palabras de una revolución. De Ajmátova a Mayakovski, título que hemos dado a esta actividad, queremos proponer una serie de textos para repensar la histórica fecha de 1917, de la que se han cumplido ya más de 100 años.
Como muestra aquí van un par de poemas:
QUERRÍA VIVIR CONTIGO. Marina Tsvetaeva
Querría vivir contigo
en una pequeña ciudad
con eternos atardeceres
y eterno sonar de campanas.
Y en una fonda, en el campo,
el fino tintineo
de un viejo reloj,
como el gotear del tiempo.
Y a veces por las noches,
desde una bohardilla,
una flauta,
y el flautista mismo en la ventana.
Y grandes tulipanes en las ventanas…
Tal vez ni me amaste siquiera.
En medio de la alcoba
la gran estufa de cerámica,
cada azulejo, una imagen:
rosa, navío, corazón.
Y en la única ventana nieve,
nieve, nieve, nieve.
Tú estarías recostado, tal y como me gustas:
perezoso, indolente, indiferente.
De vez en cuando el gesto seco
de una cerilla.
El cigarro quema y se consume
y en su extremo tiembla largo rato
-breve columna gris- la ceniza.
Hasta te da pereza sacudirla,
y el cigarrillo entero vuela al fuego.
REQUIEM. Anna Ajmátova
En aquel tiempo sonreían
sólo los muertos, deleitándose
en su paz, y vagaba ante las cárceles
el alma errante de Lenningrado.
Partían locos de dolor los regimientos
de condenados en hilera y era
el silbido de las locomotoras
su breve canción de despedida.
Nos vigilaban estrellas de la muerte,
e, inocente y convulsa, se estremecía Rusia
bajo botas ensangrentadas, bajo
las ruedas de negros furgones.
I
De madrugada vinieron a buscarte.
Yo fui detrás de ti como en un duelo.
Lloraban los niños en la habitación oscura
y el cirio bendito se extinguió.
Tenías en los labios el frío del icono
y su sudor mortal en la frente. No olvidaré.
Me quedaré, como las viudas de los soldados del zar Pedro,
aullando al pie de las torres del Kremlin.